Siguen sin identificar la mayoría de las víctimas de la masacre del río Canímar
Cajón de Sastre
El 6 de julio de 1980 varias familias cubanas intentaron salir del país a riesgo de su propia vida o libertad en barco de turismo 'XX Aniversario', que Fidel y Raúl Castro dictaminó que fuera hundido
Miami/Cuando Cuba estaba inmersa en el éxodo del Mariel, en 1980, con la consecuente separación familiar, las horribles golpizas y abusivos mítines de repudio –tiempos de los cuales muchos compatriotas deben sentirse avergonzados por la forma vil en que sirvieron a sus amos–, sucedió uno de los crímenes más horrendo del totalitarismo castrista.
La masacre del río Canímar, una desdicha con numerosas víctimas, la cantidad exacta de personas asesinadas se desconoce después de 45 años, fue una tragedia que la inmensa mayoría de los cubanos nunca conocieron. La prensa castrista, única existente en la Isla, jamás hizo público el crimen.
Esta tragedia antecedió 14 años a otra violación que tampoco debemos olvidar, el hundimiento del remolcador 13 de marzo, ocurrido el 13 de julio de 1994, también con una secuela de decenas de muertos, por los cuales ningún victimario ha pagado un día de cárcel.
Los asesinatos de personas inocentes que solo trataban de abandonar el país son numerosos, y no dudamos de que cuando el totalitarismo sucumba, accedemos a acontecimientos tan o más sangrientos que el recordado hoy, como le ocurrió al pueblo rumano que vino conocer de la extrema maldad de los Ceausescu después de la caída del régimen.
La masacre del río Canímar, una desdicha con numerosas víctimas, la cantidad exacta de personas asesinadas se desconoce después de 45 años
El río Canímar, el más caudaloso de la provincia, desemboca en la bahía de Matanzas.
El 6 de julio de 1980, siguiendo una práctica iniciada en el mismo año 1959 y repetida a través de 66 años, varias familias cubanas intentaron salir del país a riesgo de su propia vida o libertad.
Aquella mañana los hermanos Silvio y Sergio Águila Yanes, de 18 y 19 años respectivamente, y Roberto Calveiro León, de 16 años, abordaron el barco de turismo XX Aniversario con el objetivo de desviarlo y tomar rumbo hacia Estados Unidos, un anhelo entre los cubanos que ha crecido en la misma magnitud que el régimen los ha frustrado.
Sergio, recluta del Servicio Militar Obligatorio, había sustraído varias armas de fuego para efectuar el secuestro, cuando lo consideraron oportuno decidieron tomar por la fuerza la embarcación gritando “¡A Miami!”, lo que fue acogido con alegría por la mayoría de los pasajeros que ignoraban, hasta ese momento, lo que pretendían los asaltantes.
Según describe Archivo Cuba, ONG orientada a investigar los crímenes del totalitarismo, el guardia de seguridad que se encontraba vestido de civil sacó su arma resultando herido por Sergio. Los jóvenes, subieron al lesionado a un pequeño bote que fue conducido a la orilla del río, conociéndose posteriormente que había fallecido.
Cuando el barco tomó rumbo al mar abierto, el secretario general del Partido Comunista, Julián Rizo, cumpliendo órdenes de Fidel y Raúl Castro dictaminó que la embarcación fuera hundida.
Dos lanchas patrulleras dispararon en su contra, fuego que fue respondido por los secuestradores resultando en la muerte y herida de varios pasajeros. Después, un avión disparó contra la lancha a pesar de que los padres levantaron sus hijos para que no atacara, ocasionando más muertes.
A los sobrevivientes se les ordenó guardar silencio y nunca reunirse en grupos, se les amenazó con ser enjuiciados como cómplices y prohibieron reuniones con más de dos de ellos presente
Fidel Castro mandó un barco dedicado a trabajos industriales pesados a embestir al XX Aniversario, causando que se hundiera, en ese momento Sergio cometió suicidio, mientras los sobrevivientes eran devorados por los tiburones, aunque algunos fueron salvados de morir ahogados por Silvio y Roberto.
La dictadura comunicó que el barco se hundió accidentalmente cuando las olas hicieron al XX Aniversario chocar con una embarcación más grande y aunque afirman que recuperaron algunos cuerpos, no fueron devueltos a las familias para que celebraran funerales y entierros. La única víctima con un velorio fue el guardia.
A los sobrevivientes se les ordenó guardar silencio y nunca reunirse en grupos, se les amenazó con ser enjuiciados como cómplices y prohibieron reuniones con más de dos de ellos presentes. Durante años, los agentes del Gobierno monitorearon sus actividades. Los familiares de las víctimas por su silencio recibieron televisores y electrodomésticos reservados para altos funcionarios del Gobierno.
Las víctimas se contaron por decenas y, salvo unas pocas, nunca han sido identificadas. En esta masacre sin sentido murieron muchos niños, la más pequeña de que se tenga noticias fue Lilian González, de 3 años.