Arroz estatal para los pobres en La Princesa, arroz privado para los ricos en La Calzada

En Cienfuegos, o se sufre en largas colas para conseguir la libra a 150 pesos o se necesita un bolsillo lleno para comprarla en 290

Las columnas de La Princesa, decoradas con espejos, le devuelven al comprador su rostro cansado.
Las columnas de La Princesa, decoradas con espejos, le devuelven al comprador su rostro cansado. / 14ymedio
Julio César Contreras

01 de abril 2025 - 13:18

Cienfuegos/El cienfueguero que quiera comer arroz –y qué cubano puede prescindir de él– tiene una decisión que tomar. O acude al mercado estatal La Princesa, a sabiendas de que el sudor, la cola y el malestar lo harán sentir en las antípodas de la realeza, o se marcha a La Calzada, establecimiento particular, preparado, ese sí, para que el comprador tenga el bolsillo de un duque o un marqués.

La libra a 150 pesos –precio topado y solo cinco libras por persona– en La Princesa; en La Calzada, a 290. En esa diferencia, abismal pero significativa, se resume la disyuntiva del cliente. Además, como todo el mundo sabe, al precio en moneda nacional hay que sumar otro: el que se paga en estrés y disgustos. 

Las columnas de La Princesa, decoradas con espejos, le devuelven al comprador su rostro cansado. Lo rodea una multitud de caras muy parecidas, hombros que se empujan y manos que hacen gestos de hartazgo. La cola es tan compacta que, si no fuera por la práctica, nadie sabría dónde empieza y dónde acaba. 

La cola es tan compacta que, si no fuera por la práctica, nadie sabría dónde empieza y dónde acaba.
La cola es tan compacta que, si no fuera por la práctica, nadie sabría dónde empieza y dónde acaba. / 14ymedio

"¿Quién es el último?", pregunta Antonio una y otra vez hasta que alguien reacciona. Se escapó de su trabajo en cuanto escuchó que iban a vender arroz y frijoles. En las últimas semanas el desabastecimiento se ha recrudecido en Cienfuegos. El hambre y la capacidad de la gente para conseguir alimentos son inversamente proporcionales, explica. 

Antonio es uno de los que sabe cómo funciona el contraste entre La Calzada y La Princesa. “Aquello estaba vacío hoy”, comenta. Es lógico. Todo el mundo se movilizó al enterarse de que el grano había llegado al mercado estatal. “A ver qué se nos pega”, dice sombrío. 

No solo de arroz vive el hombre. En La Princesa hay espaguetis a 320 pesos; una barra de chocolate a 190; sopa instantánea a 200; y un pomo de refresco a 620. Para los paladares más refinados, al menos según los estándares de la Cuba acomodada, hay mantequilla a 480, leche condensada a 520 y chorizo a 800. 

Las paredes de La Princesa se han ido estrechando sobre los compradores. El calor y la llegada de cada vez más gente hace del mercado una olla de grillos y la venta ni siquiera empieza. Antonio se desespera, pero no tarda en recomponerse. “La cosa está mala”, es su mantra. En lugar de angustiarlo, ese pensamiento le da cierta ecuanimidad, indispensable para ir desbrozando la cola. 

En La Princesa hay espaguetis a 320 pesos; una barra de chocolate a 190; sopa instantánea a 200; y un pomo de refresco a 620.
En La Princesa hay espaguetis a 320 pesos; una barra de chocolate a 190; sopa instantánea a 200; y un pomo de refresco a 620. / 14ymedio

“Siempre lo demoran todo, hasta que se forma el problema”, comenta. No se equivoca. Los más hartos, los más jóvenes, los que tienen que volver –como él– al trabajo, empiezan a murmurar frases de protesta. Ha habido varias discusiones. En un espacio tan caldeado, todo estalla más rápido. 

Los frijoles, objetivo secundario pero también codiciado, están a 350 pesos. Los que ya anhelan su plato de potaje han marcado la cola dos veces, viejo truco para llevarse a casa el doble de granos. Así hizo Vicente, que le repite su estrategia a todo el mundo y le cuenta decenas de historias, para matar el tiempo. 

La crispación llega a su punto de no retorno al mediodía. El sol azota los tejados de Cienfuegos y la masa de aire caliente entra en La Princesa. Vigilantes, los compradores tienen en la mira a los coleros de siempre. No harán concesiones: todos quieren llevarse a casa un poco de arroz. 

"Atiendan acá. Hay bastante arroz y frijoles, pero se van a vender nada más cinco libras por persona, para que todo el mundo pueda comprar", anuncia el dependiente. La gente se reanima, pero hay decepción en el ambiente. 

"Estaba claro yo”, protesta Vicente. “Esta gente no pierde ni vendiendo vasos desechables. Tú verás que dentro de un rato dicen que se acabó todo o buscan un pretexto para parar la venta. El negocio de ellos está por fuera, vendiéndole por cantidad a quien le pague bien. Y al pueblo, que lo parta un rayo”. La gente finge no escucharlo. 

Pasan las horas y los que por fin se llevan su jaba de arroz exploran, desconfiados, el contenido. “A veces lo han vendido hasta con gorgojos”, explica una anciana. Descubrir a la alimaña, de color negruzco, jugueteando entre los granos, despierta una ira imposible de remediar reclamándole al vendedor. 

Los que no han podido comprar se dirigen a La Calzada, listos para “la puñalada”, una palabra que no puede ser más expresiva para describir el desangramiento que sufre el bolsillo del cubano. Si no hay dinero, queda una tercera opción: el hambre.

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