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La cafetería Hamburgo, un "horno de microondas" estatal para atormentar a los habaneros

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Su vecina, la cafetería privada Fress, ahora le hace sombra al local

Hamburgo padece todos los males de una cafetería estatal / 14ymedio
Juan Diego Rodríguez

20 de septiembre 2024 - 21:26

La Habana/Pasar del infierno al paraíso –o por lo menos al purgatorio– es cuestión de temperatura. Lo saben bien los habaneros que van de la cafetería estatal Hamburgo a su vecina, la privada Fress. En la primera, un puñetazo de calor recibe a los clientes; en la particular funciona el aire acondicionado y se está a gusto. Es solo una de muchas diferencias entre los dos locales de la Plaza de Carlos III, en Centro Habana.

Hamburgo padece todos los males de una cafetería estatal, pero su céntrica ubicación y el ambiente caldeado hacen que el suplicio de comer allí se note más. En palabras de las camareras –cuyo mal humor ya es más habitual que el menú del día–, no es que el aire acondicionado esté apagado, sino que “de tan bajito que está parece un soplo, está flojo”. El cliente sale convencido de que incluso un soplo sería más refrescante que el vapor que emite el aparato. 

Fress hace honor a su nombre, que recuerda a la palabra fresco en inglés. El establecimiento ha caído de pie después de muchos vaivenes a lo largo de su historia, y ahora le hace sombra a Hamburgo. El decorado de este último, en rojo chispeante, contribuye a dar la idea de que se está dentro de un “horno de microondas”, como lamenta uno de los comensales. 

El plato estrella, la hamburguesa, no puede ser más distinto del que anuncia la publicidad / 14ymedio

Como agazapado en un rincón del techo, el aire acondicionado contribuye al bullicio de la cafetería. En las mesas más cercanas se puede escuchar el ronquido de la máquina. Está gastando corriente –el ahorro es, supuestamente, la excusa para mantenerlo en el mínimo–, pero es inútil. 

Que el aire “arrastra” consigo la electricidad del local es evidente: no pocas luces parpadean, un efecto que da también al escenario algo de película de horror. Lo demás viene solo: un personal distraído y molesto, jugos sin sabor ni azúcar –“¡son dietéticos!”, bromea un cliente–, y el plato estrella, la hamburguesa, no puede ser más distinto del que anuncia la publicidad. En el cartel, la rueda de carne molida es gruesa y jugosa; en la vida real, una escuálida lámina de proteína es todo lo que hay bajo el pan. 

Hamburgo vende Parranda a 180 pesos e importada por cinco pesos menos. Los jugos y refrescos cuestan entre 90 y 100; la Super Hamburguesa –cerdo y res, más jamón y vegetales–, unos 550. Otras hamburguesas de menor calibre oscilan entre los 275 y los 300 pesos. No es frecuente que haya jamón. 

Una cuenta para dos puede alcanzar los 1.500 pesos, pero en Cuba ya nadie se asusta con la inflación, que –a diferencia de la hamburguesa– es sólida y se siente en el estómago. Sudorosos, hartos, los clientes dan los últimos mordiscos al plato estrella de Hamburgo y se marchan. Cerca hay una perfumería y el aire acondicionado, al mediodía, arrastra más clientela que las aguas de colonia.

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