La Colmenita estrena obra por encargo del Gobierno y las críticas le llueven

Teatro

“Si buscan una palabra esencial para lo visto, no se preocupen, ahí les va: miserable", opina un especialista

El teatro estaba abarrotado, sí: de uniformes verde olivo, corbatas diplomáticas y guayaberas de la burocracia.
El teatro estaba abarrotado, sí: de uniformes verde olivo, corbatas diplomáticas y guayaberas de la burocracia. / Facebook / La Colmenita de Cuba
14ymedio

07 de julio 2025 - 18:47

La Habana/La Colmenita, conocida compañía infantil de teatro en Cuba, presentó su más reciente espectáculo el pasado viernes, por encargo del Ministerio de Relaciones Exteriores. El nonagenario Raúl Castro Ruz –presente en el estreno– recibió más aplausos que los propios niños, quizás porque el escenario elegido para la representación fue la sala universal de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. El teatro estaba abarrotado, sí: de uniformes verde olivo, corbatas diplomáticas y guayaberas de la burocracia.

Al estreno de Una colmena encerrada asistió también el presidente Miguel Díaz-Canel, y la obra cerró la reunión anual de jefes y jefas de misiones diplomáticas de Cuba en el exterior. Pero la cosa no quedó ahí. Este domingo, el montaje fue transmitido por el canal Cubavisión, lo que provocó una avalancha de reacciones negativas entre los televidentes.

La obra trata sobre niños enfermos que culpan al “bloqueo” imperialista de todas sus desgracias

La sinopsis: niños enfermos que culpan al “bloqueo” imperialista de todas sus desgracias. “Estremecedora”, fue la palabra utilizada por el periodismo oficialista que presentó la pieza. Las opiniones de críticos y especialistas, sin embargo, han sido bien distintas.

“¿Esto es arte?”, se preguntaba en redes sociales el crítico e investigador Yasmani Castro Caballero. “La obra que vi ayer de La Colmenita es un ejemplo claro de cuando el arte se convierte en propaganda política y no en arte político”, subrayó. 

“Da pena. Decir que es mediocre es un calificativo muy alto”

El joven crítico cuestionaba también la pérdida de sentido artístico que, según él, la compañía sí exhibió en producciones anteriores. “Da pena. Decir que es mediocre es un calificativo muy alto”, añadió. “Teresita Fernández debe estar revolcándose en su tumba por usar su música de gran vuelo poético en este intento de obra teatral”.

La dirección artística y general fue de Carlos Alberto Tin Cremata Malberti. Pero el libreto no fue escrito por ningún consagrado poeta o dramaturgo revolucionario, sino por un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores. Pedro Pablo Prada Quintero combinó en esta ocasión sus habilidades como guionista improvisado y como embajador de Cuba en Argentina. Es cierto que estudió filología en la extinta Unión Soviética y colaboró como periodista en la revista Verde Olivo, aunque desde 1994 ha estado dedicado por completo a la diplomacia oficialista.

La propia compañía, quizás consciente de las deficiencias artísticas del espectáculo, se apresuró a aclarar que “no es una obra de teatro, al menos no en la acepción tradicional”. En su lugar, proclamaron que se trataba de “una acción de justicia y vida”.

"En ese simulacro de puesta en escena, sobró aquello que el teatro no debe permitirse: ser aburrido y obvio”

El dramaturgo y profesor de la Universidad de las Artes, Roberto Viña, coincidió en que la producción nada tiene que ver con el teatro: “El tufo a consigna y a retórica chata acabó con la clase y desintegró el aula. Es cierto, aquello no fue teatro. No puede serlo cuando el sentido victimista y de mendicidad pasa por encima de toda ética y responsabilidad creativa. En ese simulacro de puesta en escena, sobró aquello que el teatro no debe permitirse: ser aburrido y obvio”.

La crítica de Viña fue más allá del plano escénico: “La negligencia e ineptitud estatal no puede achacarse a una política de injerencia extranjera”. Su opinión fue compartida y aplaudida por numerosos colegas a lo largo y ancho del país. Incluso personas ajenas al arte escénico señalaron que era “de muy mal gusto usar niños enfermos para la propaganda política del Estado”.

Pero Viña fue aún más incisivo: “Si buscan una palabra esencial para lo visto, no se preocupen, ahí les va: miserable. Porque la legitimidad del dolor, la pérdida y el trauma tras estas ‘historias cotidianas’ no exime la manera miserable en que se apropian de esa narrativa para hacer publicidad ideológica”.

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