Los vendedores ambulantes mantienen con vida la ruinosa calle San Lázaro en La Habana

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En medio de las ruinas, el constante pregón de un mercader parecía despertar una barriada donde la crisis ha impuesto el sopor

Las venas se notan en el cuello del vendedor y la juventud en la figura.
Las venas se notan en el cuello del vendedor y la juventud en la figura. / 14ymedio
Juan Diego Rodríguez

28 de abril 2025 - 17:23

La Habana/¿Cuán viva o muerta está una calle? Son las ruinas, los casquetes de casas que apenas se mantienen en pie y las fachadas decrépitas las que definen el palpitar de una vía o, en realidad, su certificado de defunción solo lo firma la falta de tráfico, de vendedores ambulantes y de gritos de balcón a balcón. Si se trata de esto último, puede decirse que la céntrica avenida San Lázaro, en Centro Habana, todavía no ha sido sepultada porque aún respira. 

Un joven ubicó este lunes en la mañana su carretilla justo frente a un inmueble de ventanas tapiadas debido a un derrumbe. Vida y obsolescencia a pocos metros de distancia. Unos plátanos maduros aquí, un balcón a punto de desplomarse allá; los tomates de piel refulgente bajo el sol en esta acera, una columna rajada de arriba abajo en la otra. En medio de las ruinas, el constante pregón del mercader parecía despertar una barriada donde la crisis ha impuesto el sopor.

El mango, con una temporada recién inaugurada este año, ayuda a esa sensación de resurrección

El mango, con una temporada recién inaugurada este año, ayuda a esa sensación de resurrección. Verdes, pintones y maduros se asoman sobre la improvisada tarima de la venduta. Las ruedas que sostienen la tarima, probablemente sacadas de algún contenedor de basura vandalizado, permiten que el pequeño puesto se mueva: San Lázaro arriba, San Lázaro abajo, como la sangre en las arterias de un organismo en terapia intensiva, pero vivo. Unos pepinos añaden urgencia porque sus puntas amarillean y la cáscara empieza a verse hundida en varias zonas. El saco, a la sombra, protege lo más caro: la libra de arroz importado que, en la capital cubana, roza ya los 300 pesos.

Las venas se notan en el cuello del vendedor y la juventud en la figura. El carretillero pregona su mercancía y la avenida se sacude. Una anciana se asoma en un balcón, un vecino abre la persiana pegada a una parada de guaguas. "¡Vaya, tu frutabomba aquí!", se escucha y es como si el desfibrilador del comercio le diera unos minutos de vida a la avenida que conecta a La Habana Vieja con El Vedado, apenas unos segundos pero parecen eternos y suficientes para certificar un latido.

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