En La Habana brillan por su ausencia "las mejores obras creadas por la inteligencia del hombre”

Libros

Un recorrido por las librerías de la capital cubana: desolación, polvo y muy pocos libros

La librería Fayad Jamís está ubicada en Obispo, entre Cuba y Aguiar.
La librería Fayad Jamís está ubicada en Obispo, entre Cuba y Aguiar. / 14ymedio
Juan Diego Rodríguez

19 de mayo 2025 - 07:54

La Habana/El verdadero pulso literario de un país no se mide en sus ferias del libro, sino en lo que el lector encuentra en su día a día. En el caso de La Habana –antaño una ciudad de bibliófilos y librovejeros–, basta un paseo por su deprimente sistema de librerías para constatar que, cuando Fidel Castro prometió imprimir “las mejores obras creadas por la inteligencia del hombre”, seguramente estaba haciendo un chiste. 

Las estanterías carcelarias y casi por completo vacías de Alma Mater, la librería ubicada a la vera de la Universidad –entre Infanta y San Lázaro–, son la primera estación del viacrucis. El polvo se acumula en los ventanales de vidrio, que de tan opacos no dejan entrar la luz. Destinada a vender la producción científica del centro de estudios que le da nombre, que haya tan pocos libros del sello UH es el mejor diagnóstico del ambiente académico cubano. 

Alma Mater, una librería muy cercana a la Universidad de La Habana –Infanta y San Lázaro–.
Alma Mater, una librería muy cercana a la Universidad de La Habana –Infanta y San Lázaro–. / 14ymedio

Salvo una biografía desabrida de Cirilo Villaverde –“patriota entero y escritor útil”– y otra de Juan Tomás Roig, el botanista predilecto de Castro, hay poco de interés en el lugar, donde se amontonan los títulos de Casa de las Américas, con la cubierta raída por el descuido de los libreros. 

De capa caída está, por ejemplo, Huellas del tiempo de Ambrosio Fornet, uno de los pocos libros donde el lector encontrará los nombres –siempre para “pasarles la mano” de la correción política– de Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy y un sinnúmero de exiliados o autores prohibidos. El librero de Alma Mater, personificación de la desidia, no recomienda títulos a nadie. Se limita a revisar Facebook en su teléfono. 

La Tuxpan, en 27 y L, antes llamada Fernando Ortiz y hoy gestionada por la editorial estatal mexicana Fondo de Cultura Económica, dirigida desde 2019 por un amigo del régimen, Paco Ignacio Taibo II–, no pasa de ser otro antro de poca oferta y libros quebradizos, con la única diferencia de que se imprimieron en el extranjero. 

“¿Quién le va a poner el precio a los libros estos? Hay una tonga esperando y nada”, dice enfurecida una empleada a otra de menor rango, que la mira como quien se prepara para entrar a un ring de boxeo. Silencio sepulcral tras la frase. Cada una sigue, insultada, en lo suyo. Los libros en cuestión son de la colección Vientos del Pueblo, que interesan a pocos cubanos. 

“¿Quién le va a poner el precio a los libros estos? Hay una tonga esperando y nada”, dice enfurecida una empleada a otra de menor rango

Un ejemplar en su nailon y en apariencia nueva despierta el interés de unos pocos, que enseguida, cuando ven el título –La derecha radical en el Partido Republicano: de Reagan a Trump– lo lanzan nuevamente al librero. Es evidente que del prestigioso sello fundado en 1934 por uno de los más grandes editores del siglo XX, Daniel Cossío Villegas, no llegan más que migajas o limosnas. 

En la Tuxpan –llamada así por el puerto mexicano del que Castro y sus expedicionarios zarparon de México a Cuba– se cuelan algunos polizones de ediciones provinciales. Allí está un testimonio decepcionado sobre la perestroika; “impresiones y confesiones” de quienes viven el capitalismo y añoran el comunismo; alegatos antirracistas firmados por jerarcas cubanos blancos; y ni un solo título de dos autores que le dieron fama al Fondo con excelentes antologías: Cabrera Infante y Sarduy. 

En Galiano, entre Barcelona y San Martín, está –con la fachada grasienta, verde y mugrosa–, la Luis Rogelio Nogueras. Mitad librería, mitad venduta de artilugios telefónicos, el local tiene gente dentro pero, desde luego, se llevan audífonos y cables, no libros. 

Librería Luis Rogelio Nogueras, Galiano entre Barcelona y San Martin.
Librería Luis Rogelio Nogueras, Galiano entre Barcelona y San Martin. / 14ymedio

Algunos ejemplares son de segunda mano y revisar sus marcas y dedicatorias da al lector algunas sorpresas. “Dedico este libro de pelota a un niño frustrado que nunca pudo ser lo que soñó. Que no lo preste y que lo cuide”, se lee sobre una portadilla, con letra azul, de una Guía Oficial de Béisbol de 1999, a la venta por 100 pesos. 

Nada podrá detener la marcha de la historia, de Fidel Castro, está en todas partes: lo imprimieron hasta el cansancio en los años 80 y casi cualquier casa cubana tenía un ejemplar. El Comandante también está disponible por unos 100 pesos, dependiendo de la edición y el estado –generalmente intacto– del libro. A su lado, otro título que no trata sobre Fidel, aunque lo parece: Caudillo de difuntos

Prácticamente en derrumbe está La Avellaneda, en Reina 261, Centro Habana. Junto a los libros, hay llaveros, abanicos y todo tipo de quincalla. La vendedora está en plena tertulia con un grupo de amigas, y señala con desprecio “lo más selecto” de la librería. El diablo ilustrado, compendio anónimo de cursilería de moda hace varias décadas; las obras escogidas de Lenin; Letra con filo, una antología de Carlos Rafael Rodríguez que dio título al programa televisivo de propaganda; y una guía por Afganistán –quizás lo único interesante, porque está firmada por Elizabeth Chatwin– dedicada “a Alá, el más grande, el compasivo y misericordioso”. 

Prácticamente en derrumbe está La Avellaneda, en Reina 261, Centro Habana. Junto a los libros, hay llaveros, abanicos y todo tipo de quincalla

En un estado de cierta decencia, por llamarlo de alguna manera, está el Ateneo Cervantes, supervisado por la Oficina del Historiador, al igual que la célebre Fayad Jamís. En la vitrina de esta última hay una lista de grandes escritores –Marguerite Duras, Alejandro Jodorowsky, Raymond Chandler, Yukio Mishima, Lord Byron, Bioy Casares, Hemingway–; si el librero quisiera señalar qué autores no posee el lugar, le bastaría con apuntar al conocido ventanal. 

Hay en La Habana librerías fantasmas, desde luego, como La Moderna Poesía, antiguo refugio de Lezama Lima y sus contertulios, o la Abel Santamaría, frente a las ruinas del Saratoga. Tras la explosión, nadie contó entre las bajas el doble daño –material y espiritual– que suponía perder otra librería en la ciudad. La Santamaría está prácticamente cerrada: sobreviven una venduta y un pequeño local. 

Los pintorescos libreros-apuñaladores –por el costo altísimo de su oferta, solo para turistas–, ya no están en la Plaza de Armas sino en los Almacenes San José. Allí se atrincheran ahora, vigilando a gringos o europeos, admiradores del Che y nostálgicos de la Unión Soviética. Pero allí tampoco están “las mejores obras creadas por la inteligencia del hombre” que prometió Fidel, sino afiches sonrientes del Comandante y sus obras casi completas. 

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