Quince segundos hace quince años

Literatura

Todo sucedió en un destello fugaz, un breve destello reflejado en el espejo retrovisor, como si aquella figura hubiese desaparecido en un parpadeo

La avenida se extendía frente a él, idéntica a como la recordaba: la lluvia constante, reflejos difusos, charcos brillantes.
La avenida se extendía frente a él, idéntica a como la recordaba: la lluvia constante, reflejos difusos, charcos brillantes. / 14ymedio
Milton Chanes

03 de agosto 2025 - 08:36

Berlín/.

Habían transcurrido tres años más.

Tres años desde aquella tarde fatídica del 12 de noviembre hacía ya doce años, cuando su propio grito selló el destino de Ana. Ahora, tras meses de ajustes minuciosos, cálculos frenéticos y ensayos incansables, finalmente había logrado ampliar el salto temporal a quince segundos.

Quince segundos escasos, pero suficientes para intentar alterar aquello que parecía definitivamente escrito.

Esta vez no cometería el mismo error. Se había preparado obsesivamente, analizando cada posible resultado, cada mínima variación en el guión cruel del tiempo. Sabía exactamente dónde aparecer, en el centro del cantero de la avenida. Allí, oculto por los arbustos y las sombras que proyectaba el crepúsculo lluvioso, evitaría ser visto por su yo anterior.

Inició el salto.

La sensación fue la misma: ese vértigo fugaz al atravesar la cortina invisible entre el presente y el pasado. Cuando abrió los ojos, sintió el césped húmedo bajo sus pies, empapado por la lluvia insistente. Miró rápidamente alrededor.

La avenida se extendía frente a él, idéntica a como la recordaba: la lluvia constante, reflejos difusos, charcos brillantes, el fino spray levantado por los neumáticos y el rumor incesante de los vehículos desplazándose sobre el agua. Entonces la vio: Ana avanzaba decidida, hermosa como siempre, con esos tacones imposibles de usar sobre el pavimento resbaladizo.

Entonces la vio: Ana avanzaba decidida, hermosa como siempre, con esos tacones imposibles de usar sobre el pavimento resbaladizo

Unos metros más atrás, él mismo —su versión de tres años atrás— caminaba hacia ella, aún inconsciente del horror que estaba por desatarse.

No había tiempo que perder. Un señor mayor que intentaba cruzar la avenida apresuradamente para escapar de la lluvia resbaló, cayendo bruscamente contra el pavimento. El golpe resonó seco y profundo, seguido por un gemido débil. No podía detenerse a ayudar; cada segundo era crucial. Dirigió su atención hacia los vehículos que avanzaban, reconociendo enseguida al viejo Bel Air verde agua, oxidado, conducido por Usnavy, que luchaba con dificultad contra la lluvia torrencial y el parabrisas empañado. Corrió hacia él, levantando el brazo desesperadamente, tratando de captar su atención, suplicando en silencio que cambiara su rumbo fatal.

Usnavy, cegado por la tormenta y con visibilidad casi nula, percibió apenas una silueta surgiendo inesperadamente desde la izquierda. En un reflejo instintivo y lleno de pánico, giró bruscamente el volante hacia la derecha. El Bel Air patinó torpemente sobre el asfalto resbaladizo, perdiendo velocidad mientras la caja de cambios protestaba con un chirrido metálico.

En ese instante se oyó un grito desgarrador que se fundió con el ruido de la lluvia:

—¡Noooo!

Todo sucedió en un destello fugaz, un breve destello reflejado en el espejo retrovisor, como si aquella figura hubiese desaparecido en un parpadeo. Casi al mismo tiempo, otro grito resonó desde la acera:

—¡Ana!

Había sucedido de nuevo.

Entonces abrió los ojos. Había vuelto al presente. No había podido hacer nada. Peor aún, ¿acaso él mismo había desencadenado la tragedia otra vez? Cada acción que tomaba parecía conducir inevitablemente al mismo desenlace, una y otra vez. ¿Cuál era la solución, si la había? Había probado todo, absolutamente todo, y aun así el destino se empeñaba en encontrar otra ruta para consumar su tragedia.

Comprendió entonces con desgarradora claridad que no se trataba del lugar, del momento exacto, ni siquiera del coche o del conductor

Comprendió entonces con desgarradora claridad que no se trataba del lugar, del momento exacto, ni siquiera del coche o del conductor. La tragedia estaba inscrita más profundamente, en la fibra misma del tiempo.

Se puso lentamente de pie. Desde la ventana del laboratorio observó cómo la lluvia comenzaba a caer nuevamente, uniendo en una especie de vínculo cósmico el pasado con el presente. Pero quizás la clave de todo no estaba en evitar lo inevitable, sino en comprender que cada intento por cambiar el pasado generaba múltiples líneas temporales, mundos paralelos imprevisibles que vibraban en una danza caótica e invisible. Como un efecto mariposa cuántico, cada pequeño gesto podía resonar infinitamente en universos que nunca podría alcanzar a conocer.

La pregunta entonces ya no era cómo salvar a Ana, sino si, al intentarlo, no estaría desencadenando realidades aún más terribles, destinos aún más oscuros.

Y allí, bajo la lluvia inclemente, mirando por la ventana, todavía no había logrado entender que la incertidumbre era la única certeza.

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