Historia sin histeria
El reto a duelo entre patriotas cubanos
La Habana/Todo político que se respete, una vez alcanzado el propósito de acceder o permanecer en el más alto cargo de un país, entiéndase la Presidencia, se encuentra en la necesidad, casi en la obligación, de anunciar a sus electores cuál es la agenda que tiene para su próximo mandato.
En el caso cubano, los "electores" de Miguel Díaz-Canel son, en primera instancia, los siete miembros de la Comisión de Candidaturas Nacional que conformaron su nominación y los 470 diputados que tuvieron la oportunidad de marcar una cruz al lado de su nombre: el único que aparecía en la boleta como candidato a la presidencia de la República. Díaz-Canel nunca prometió nada a esos diputados porque la Ley Electoral prohíbe hacer campañas. Los más de 8 millones de ciudadanos con derecho al voto ni siquiera pudieron validar la votación de los parlamentarios.
El redesignado para el cargo de presidente de la República, puesto que no tiene compromisos previos, se encuentra teóricamente en la libertad de anunciar la agenda que le dé la gana.
A grandes rasgos son dos las agendas que podría presentar el redesignado: una, la previsible, que a nadie le entusiasma, y otra, la improbable, que solo cabe en los delirantes sueños de los más optimistas.
Esta es la previsible:
Y esta, la improbable:
Como es de suponer alguien podría desear una agenda suicida que sería:
Punto Único: Disolver el Parlamento, renunciar al cargo y convocar elecciones libres.
Puede apostarse que tanto la agenda previsible como la improbable serían aplaudidas durante largos minutos por los parlamentarios, con tal de que a Díaz-Canel no se le ocurra arrastrarlos a todos en su aniquilamiento político.
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