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La cobardía de la Uneac

Cuba y la noche

La historia de la institución es una telenovela llena de linchamientos, expulsiones, censura y autoinculpaciones

Luis Morlote, ex presidente de la Uneac, recibiendo las felicitaciones de Esteban Lazo por su ascenso al Comité Central / Granma
Yunior García Aguilera

19 de septiembre 2024 - 22:10

Madrid/El pasado domingo, el oficialista periódico Granma publicó un panfleto titulado Los valientes y los cobardes. Era obvio que el artículo hacía referencia a la reacción que provocó la expulsión de la doctora Alina Bárbara López Hernández de esa organización, ya que varios miembros renunciaron a su membresía o manifestaron su desacuerdo en redes sociales. Pero el artículo jamás se atrevió a mencionarla por su nombre. Prefirieron regodearse en metáforas náuticas súper gastadas o en frases de Martí sacadas de contexto, como suele hacer Yusuam Palacios, director del Museo Fragua Martiana, en sus seudopoéticas intervenciones parlamentarias.

Sin embargo, a pesar de que el texto estaba cargado de todo ese almíbar revolucionario usado con frecuencia por el diputado de Sagua de Tánamo, nadie se atrevió a firmarlo.  Apareció bajo la autoría de “Redacción Cultural”, un despilfarro de coraje. Por el lenguaje utilizado, todo indica que fue escrito por una sola persona, un mal poeta o algún cuadro que aspira a ser la reencarnación del Indio Naborí, aunque solo se leyó su Elegía a los zapaticos blancos.

He hablado con algunos miembros de la Uneac que permanecen en Cuba y me han confirmado que tampoco se atrevieron a consultarlos para sacar este simulacro de declaración. De modo que fue algo fabricado en una oficina, un encargo o una iniciativa de algún entusiasta funcionario. En resumen: el artículo que se autocalifica como “valiente” no es capaz de mencionar el nombre de la persona que lo inspira, no se atreve a poner la firma de nadie en concreto y no tiene las agallas para consultar su contenido entre los miembros de la organización que se atribuye su autoría.

En los comentarios, una lectora manifiesta estar totalmente perdida ante el contenido del panfleto

En los comentarios, una lectora manifiesta estar totalmente perdida ante el contenido del panfleto. Mirella admite: “Me interesa tener más elementos sobre qué es lo que está sucediendo en este momento que trajo como consecuencia dicho pronunciamiento. Tengo alguna idea, pero no lo suficiente como para poder esclarecer a otros”.  Otro lector, Lázaro Numa Águila, confiesa: “El editorial me hace sentir que seguimos haciendo uso de discursos muchas veces ilegibles para algunos, ¿cuál es la razón de la reafirmación?”

Durante varios años fui miembro de la Uneac, hasta que renuncié, tras la infame declaración que la organización publicó luego del 11J. Unas semanas antes del hecho, la difunta Corina Mestre me había convocado a una reunión para sugerirme que renunciara voluntariamente. Recuerdo que me dijo algo así: “Ay, Yunior, mijo, ¿tú no te has leído los estatutos?” Y tenía razón. El artículo 2 decía claramente que la Uneac reconoce al Partido Comunista de Cuba como fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado. O sea, en ningún caso se trata de una organización no gubernamental que forma parte de la sociedad civil. Para nada. Es una institución, como todas, subordinada al partido único. Es una extensión de la Seguridad del Estado, con el único fin de vigilar y controlar al gremio de artistas e intelectuales.

Creyéndome alguien listo, yo pensaba que podía hacerse algo útil desde dentro, que seguir siendo parte de sus filas servía para levantar mi voz en las asambleas, denunciar atropellos o impulsar los cambios democráticos a los que aspiraba. Siendo totalmente honesto, creía también que seguir siendo miembro era una especie de escudo protector, para que los esbirros se lo pensaran dos veces antes de lanzarme sus perros. Pero estaba equivocado. No era alguien listo, era un ingenuo o un cínico. La historia de la Uneac es una telenovela llena de linchamientos, expulsiones, censura, autoinculpaciones. La Uneac no es una fraternidad gremial, es una institución esbirra. No es un escudo protector, es un cadalso. Desde Heberto Padilla hasta Alina Bárbara hay una larga lista de condenados.

Desde Heberto Padilla hasta Alina Bárbara hay una larga lista de condenados

Hace algunos años, en Holguín, durante una de esas inútiles asambleas provinciales, el trovador Fernando Cabrejas preguntó: ¿Para qué sirve la Uneac?  Otros, que también pidieron la palabra, argumentaron que era un geriátrico cultural, que servía para naufragar en internet, para agilizar un viaje al capitalismo, para tomar café barato y comer croquetas sin tener que hacer colas, para tener un baño al que pasar cuando se caminaba por el centro de la ciudad.

El X Congreso de la Uneac estaba previsto para junio de este año, pero ni la cultura ha sido nunca una prioridad a la hora de autorizar presupuestos, ni el horno estaba para pastelitos. En enero, Luis Morlote fue “promovido”, pasó de ser presidente de la organización a ser un segundón de Rogelio Polanco en la Estructura Auxiliar del Comité Central para asuntos ideológicos, ¡vaya ascenso! Miguel Barnet elogió su historial como dirigente, Polanco justificó la decisión tomada, no como una debilidad, sino como una capacidad de la Uneac para forjar cuadros y Lazo le entregó un cuadro —según la grotesca tradición— al cuadro promovido.

El cónclave ha sido pospuesto para noviembre. Por eso la Seguridad del Estado anda a la carrera amenazando y cortando cabezas. Por eso, también, todo el aparato propagandístico del régimen publica mamotretos diarios, hablando de la Uneac. Aunque se les nota un evidente pesimismo. La Jiribilla lleva una semana repitiendo un rosario de elegías, gritando histéricamente que la Uneac une, suma, multiplica, y cuanta operación matemática se les ocurra. Están visiblemente desesperados. Tienen miedo. Quieren que el próximo congreso sea como todos, un inventario de quejas y promesas. Pero les aterra que alguien se les salga del guion y proponga borrar el artículo 2 de sus estatutos. Ese artículo 2 que demuestra su absoluta sumisión… y cobardía.

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