CUBA Y LA NOCHE
¿Es Vietnam el único futuro para Cuba?
La Habana/La última vez que conversamos fue en su Perú natal. Después de compartir escenario y reflexionar sobre literatura, autoritarismos en América Latina y derroteros del periodismo, Mario Vargas Llosa y yo nos despedimos bromeando sobre una posible conferencia suya en la Universidad de La Habana. Recuerdo que le dije que de seguro el Aula Magna se quedaría pequeña, la Plaza Cadenas se llenaría de jóvenes y toda La Colina estaría repleta de cubanos que lo habían leído a pesar de la censura editorial contra sus libros. Pero el regreso a la Isla nunca se dio.
En el año 2000, cuando trabajaba en mi tesis Palabras bajo presión, la literatura de la dictadura en América Latina, recibí del peruano el mejor regalo literario que podía esperar. La publicación de La fiesta del chivo no solo resultó un gustazo para la ferviente lectora de su obra en que me había convertido tiempo atrás, sino que reforzaba la hipótesis de mi trabajo de graduación: la literatura sobre la dictadura no se ha agotado en este continente, en tanto los sátrapas siguen tiñendo de represión y autoritarismo nuestras tierras.
Vargas Llosa tenía la capacidad de tocar mi vida, retorcerla y girarla con algunas de sus obras. En 1993, espoleada por el deseo de leer alguna novela de aquel hijo de Arequipa, incluido en las listas negras de las editoriales y de las universidades cubanas, desembarqué en la sala de un periodista irreverente apartado de su profesión. De aquel encuentro saqué dos vivencias que moldearon mi existencia, el zambullirme en La guerra del fin del mundo y conocer a Reinaldo Escobar, la persona con la que comparto hasta el día de hoy vida, sueños y un hijo.
Vargas Llosa tenía la capacidad de tocar mi vida, retorcerla y girarla con algunas de sus obras
Otro terremoto, pero esta vez académico, fue la inclusión en la lista de obras analizadas en mi tesis de aquel libro sobre Rafael Leónidas Trujillo. Mario había logrado no solo retratar al dictador dominicano con sus excesos y su decadencia moral, sino que además había trazado un mapa que permitía seguirle la pista a cualquier tirano. Era muy difícil no encontrar analogías entre el caprichoso Chapita y el veleidoso Fidel Castro, que lo mismo se embarcaba en una faraónica zafra o destrozaba económicamente la Isla que encarcelaba a un poeta por sus agudos versos contra el poder.
La fiesta del chivo era sobre un caudillo pero a la vez los tocaba a todos, porque los tiranos comparten más rasgos de los que se notan a simple vista. La mayoría carece de sentido del humor, rechazan el debate público con sus contrincantes, a los que encierran en oscuras mazmorras o fusilan, hacen de la omnipresencia en cada aspecto de la vida nacional una forma de controlar lo mismo el uniforme con el que los niños asisten a la escuela que el sabor de helado que más se vende en los comercios.
Acercarse a los oscuros abismos de la personalidad de El Jefe, El Benefactor de la Patria dominicana o El Perínclito, como se le conocía, evocaba también las profundidades tenebrosas del Comandante que en enero de 1959 inició la destrucción de la nación cubana en todos sus aspectos –económico, ético, educativo– y ha condenado su población a un éxodo masivo sin precedente.
Aquellas similitudes entre Trujillo y Castro no solo eran evidentes para mí a medida que avanzaba en la lectura del libro
Aquellas similitudes entre Trujillo y Castro no solo eran evidentes para mí a medida que avanzaba en la lectura del libro, forrado con una página de una revista oficialista, para evitar a los delatores y a los extremistas. El tribunal que evaluaba mi tesis de graduación también notó aquellas confluencias y se molestó, especialmente porque incluyera como autor protagónico de aquel trabajo a la "bestia negra de la literatura latinoamericana", según los estrechos límites de la política cultural revolucionaria.
No fue nada fácil obtener el diploma tras aquella osadía. La discusión de la tesis resultó una prueba para esquivar las humillaciones y las provocaciones que buscaban respuestas airadas de mi parte y así cancelar mi graduación. Resistí. Me aferré al personaje de Urania, que había estado encerrada en una habitación con El Chivo y le había conocido sus perversiones, sus excesos de poder pero también su fragilidad humana. Tragué en seco, defendí mi trabajo y me dieron aquella cartulina con letras góticas donde decía que ya era filóloga. Ese mismo día enterré mi profesión. No quería dedicarme a las palabras en un país donde estaban prohibidas tantas de ellas.
Años después, cuando tras casi una década de sufrir una prohibición de salida de Cuba, logré viajar a España, pude conocer a Mario. Conversar con él era mucho mejor que leerlo, si algo puede superar el gozo de acercarse a las miles de páginas que escribió a lo largo de su vida. Interlocutor locuaz, también tenía el don de escuchar y de hacer buenas preguntas. Era generoso con sus anécdotas personales, sus consejos literarios y sus amplios conocimientos políticos. Al grupo de activistas y periodistas cubanos que compartimos con él varias jornadas en Casa de América nos trató con deferencia y respeto. Ya para entonces era premio Nobel de Literatura.
En 2014, cuando nació el diario '14ymedio', nos mostró un apoyo cariñoso y entusiasta
Uno de aquellos días le pedí que me avisara cuando publicara su próximo libro: quería prepararme para el sismo que aquellas páginas iban a provocar en mi vida. "Gracias a ti encontré al amor de mi vida y estuve a punto de no graduarme en la Universidad, así que necesito hacer los arreglos necesarios para el próximo cataclismo que me provoque un título tuyo", le dije. Se rio como un niño, con aquella risita pícara que recordaba a Fonchito, el niño entre angelical y endemoniado de su Elogio de la madrastra.
Nos volvimos a ver en varias ocasiones. Siempre quería saber qué había sido de algunos lugares, funcionarios y escritores que había conocido en aquellos viajes a Cuba, cuando, como tantos otros intelectuales latinoamericanos, vio en la Revolución cubana un proceso emancipador y libertario. Aquel idilio duró poco y el aguzado olfato de Vargas Llosa pronto detectó el autoritarismo de Fidel Castro, su alergia a los artistas y la deriva totalitaria del régimen que construía a golpe de censura y paredón.
En 2014, cuando nació el diario 14ymedio, nos mostró un apoyo cariñoso y entusiasta. Era tan buen periodista como novelista, así que entendía perfectamente la importancia de una prensa libre para cimentar una apertura democrática en Cuba. Nos ofreció una entrevista en su casa en Madrid, volví a escuchar aquella risa infantil y fantaseamos con un momento sentados en el muro del Malecón de La Habana en una noche estrellada en la que, junto a miles de personas, celebraríamos la caída del castrismo.
Este domingo ha muerto Mario Vargas Llosa. La escena de un brindis y unas carcajadas libertarias en el litoral habanero ya no podrá materializarse. Tampoco se llevará a vías de hecho aquel pronóstico de una charla en el Aula Magna de La Colina, repleta de jóvenes que llevarían sus novelas, ya sin tener que colocarles un forro para esconder el autor, para que el peruano las firmara.
Sin embargo, estoy convencida de que en un futuro más cercano de lo que podemos imaginar ahora, el nombre del autor de La tía julia y el escribidor, Conversación en la Catedral y La casa verde, bautizará cátedras, centros de investigación, concursos literarios y facultades en la Isla. Las tesis de graduación sobre su obra serán innumerables y ningún estudiante se sentirá acosado por incluirlo en su bibliografía. Ese día quizás saque de la gaveta mi título de filología y regrese a una profesión que Mario ayudó a moldear como tantas otras cosas en mi vida.
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