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En el 'llega y pon' de Matanzas también existen las diferencias sociales

Matanzas

Los inspectores ya no siembran el terror con sus multas y desalojos en los asentamientos ilegales

Aunque hay casas que recuerdan más a una choza a punto de derrumbarse, otras muestran sólidos muros de bloques. / 14ymedio
Julio César Contreras

11 de mayo 2025 - 07:30

Matanzas/Paredes hechas con viejas planchas de metal oxidadas y techos que no aguantaría un ciclón, así son la mayoría de las casas en el asentamiento ilegal que ha ido creciendo a la entrada de la ciudad de Matanzas, cerca de la zona industrial. Sus residentes, la mayoría provenientes de la zona oriental del país, se aferran al terreno, a pesar de la falta de infraestructuras básicas en esta zona próxima al Balcón del Yumurí, en el reparto Dubrocq, consejo popular de Versalles.

El llega y pon comenzó a erigirse hace más de una década en silencio, evitando las miradas de los inspectores del temido Instituto de Planificación Física que, hasta 2021, sembró el terror con sus multas y desalojos entre los residentes de asentamientos ilegales. "Llegué a este lugar cuando apenas habían dos ranchos que hicieron unos orientales, cerca de la antigua Escuela de Oficios", cuenta a 14ymedio Juan Carlos, un guantanamero que huyó de la miseria de su provincia.

Con sus propias manos, Juan Carlos comenzó limpiando un pedazo de terreno que estaba cubierto de basura en la barriada. Desbrozó, apartó los trozos de metal, allanó el suelo y se convirtió en albañil a la carrera. Hijo y nieto de pescadores, que había crecido entre redes y conchas vacías, se formó a toda velocidad como constructor levantando su propia casa. Pequeña, frágil, pero suya.

"Los materiales para construir siempre hay que comprarlos por la izquierda, así que mucha gente aquí, que no tiene los recursos, se ha tenido que conformar con levantar un cuarto hecho de madera y cartón", detalla el guantanamero, "Pero lo principal es que tienen donde vivir. Con el tiempo lo irán mejorando", añade. Con un déficit habitacional que, en 2024, se calculaba en toda la Isla en más de 850.000 viviendas, tener un techo sobre la cabeza es casi un privilegio en Cuba.

Muchos vecinos residentes en el 'llega y pon' no se conforman con improvisar una vivienda y mal vivir en su interior. / 14ymedio

Juan Carlos, como muchos otros vecinos residentes en el llega y pon, no se conforma con improvisar una vivienda y mal vivir en su interior. Aunque hay casas que recuerdan más a una choza a punto de derrumbarse, otras muestran sólidos muros de bloques, pequeñas terrazas y persianas de madera o metal para que entre la brisa. En el barrio también brotan las diferencias sociales. Los que han llegado desde otros puntos de la provincia de Matanzas tienen más contactos para mejorar sus viviendas. Los del oriente del país y los ancianos habitan los hogares más precarios.

Yorelbis es uno de los matanceros que llegó hasta la barriada empujado por el hacinamiento en casa de sus padres en Pueblo Nuevo. Trabajador estatal, llevaba años esperando por un subsidio para la compra de materiales constructivos que le habían prometido en su centro laboral. El dinero nunca llegó, los recursos para erigir una casa comenzaron a escasear en los rastros oficiales y el joven, casado y con una esposa embarazada, decidió no esperar más.

Como Juan Carlos, Yorelbis eligió un pedazo de tierra. Creó la zapata de la vivienda, erigió las paredes exteriores con ladrillos recuperados de viejos derrumbes o comprados en el mercado negro y, finalmente, dividió el interior con cartón y madera para tener dos habitaciones y una diminuta sala comedor que también hace las veces de cocina. Vista desde fuera, falta el repello de la fachada y asoman algunas cabillas justo donde empiezan las tejas de asbesto-cemento que cubren la morada.

"Cuando llegas por primera vez te parece que estás en el fin del mundo. No hay asfalto y el polvo te entra hasta por los oídos. En cambio, nunca se va la corriente, pues nos alimentamos del tendido eléctrico que le da energía a la zona industrial", se ufana Yorelbis. Las tendederas de cables mantienen un suministro ilegal de energía, por el que ninguna familia del asentamiento paga un centavo. "Aunque estamos lejos de la ciudad, aquí aparece lo que te haga falta", asegura el joven mostrando unos cuantos litros de aceite vegetal que tiene a la venta. 

El emprendimiento también gana terreno en el barrio. Varias cafeterías particulares y vendutas que lo mismo ofrecen fosforeras que ropa de Shein asoman aquí y allá. Falta una bodega del mercado racionado, pero abundan los comerciantes que pregonan sus bolsas de panes o el popular bocadito de helado que alborota a los niños y vacía los bolsillos de los padres. Los inspectores apenas se acercan, quizás por miedo o porque intuyen que los residentes de la zona habitan un universo asilvestrado donde la ley y las multas poco logran.

La sonrisa de orgullo por su casa se diluye en el rostro de Yorelbis cuando enumera las desventajas de vivir en un asentamiento ilegal

La sonrisa de orgullo por su casa se diluye en el rostro de Yorelbis cuando enumera las desventajas de vivir en un asentamiento ilegal. Una de las trabas principales es la carencia de un carné de identidad que tenga la dirección donde realmente se habita. "Seguimos teniendo los papeles en casa de mis padres y eso nos complica mucho la vida", reconoce. "Para que atendieran a mi mujer embarazada en el consultorio más cercano fue un dolor de cabeza y cuando el niño crezca, veremos cómo podemos matricularlo en la escuela".

El barrio ha ido creciendo y está lleno de niños. Mientras buena parte de Cuba sufre con el envejecimiento poblacional, el llega y pon del reparto Dubrocq tiene muchas familias con hijos pequeños. Las mujeres con bebés cargados, los cochecitos que traquetean mientras discurren por el terreno accidentado y sin asfalto que hace las veces de calle y los llantos de recién nacidos saliendo de algunas casas le dan a la zona un rostro infantil que parece en plena efervescencia vital. 

Pero esa llamativa presencia de niños también evidencia uno de los problemas que más afecta a la zona: el embarazo adolescente. En la provincia la tasa de fecundidad en el grupo de 15 a 19 años es de 51,5 por cada 1.000 mujeres. En los barrios más pobres las cifras son incluso más alarmantes, con los consiguientes problemas de malnutrición materna, bajo peso al nacer, abandono de la enseñanza y precariedad material de la familia.

En el grupo de los que llegan desde el oriente del país también muchos traen a sus hijos pequeños. "Vine para acá desde Bayamo con mis dos niños chiquitos, porque mi hermano se fue del país y me dejó este cuarto", cuenta a este diario Yanelis, residente en una modesta vivienda hecha con chapas de metal que alguna vez estuvieron destinadas a convertirse en latas de conserva. "Al menos no me mojo cuando llueve", subraya.

En el grupo de los que llegan desde el oriente del país también muchos traen a sus hijos pequeños. / 14ymedio

La bayamesa, sin embargo, no oculta la preocupación por no haber logrado el cambio de dirección de su carné de identidad. "He podido mantener a mis hijos estudiando por la ayuda que me ha dado el director de la escuela, pero no sé hasta cuándo eso será posible". Aunque las regulaciones son estrictas para matricular a un alumno en un centro docente, algunos directivos se hacen de la vista gorda o facilitan la incorporación a las aulas de los indocumentados, conocedores del grave problema habitacional que hay en el país.

Como la mayoría de sus vecinos, Yanelis tiene una larga lista de insatisfacciones que van desde los problemas con el suministro de agua en la zona, hasta la inseguridad que se extiende entre sus apretadas callejuelas nada más caer la noche y la falta de lugares recreativos para los niños y adolescentes. Sin embargo, también como muchos de los residentes en el llega y pon matancero, siente que ese pedazo de tierra seca y casas precarias es, finalmente, su hogar.

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