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El día en que Fidel Castro admitió el desastre del Moncada

HISTORIA SIN HISTERIA

En un programa que pretendía exaltar el suceso, acabó diciendo frente a todos que se habría saltado todo aquello "pasando directamente a la Sierra Maestra"

Fidel Castro durante la Mesa Redonda del 24 de julio de 2000 en que habló del asalto al cuartel Moncada. / Captura / Mesa Redonda
Yunior García Aguilera

17 de julio 2024 - 12:33

Madrid/En una Mesa Redonda del año 2000, Fidel Castro se apareció de improviso en los estudios de televisión. Cito textualmente lo que dijo: “El problema es que yo estaba oyendo el programa, como todos los demás, por la televisión. Pero yo no sabía que ustedes iban a abordar estos temas. Y de repente veo que tú haces una pregunta, uno hace una interpretación, otro hace otra. Y entonces yo me quedo pensando, ¡caramba… si yo estoy aquí todavía!”

Huelga decir que el pánico se reflejó ipso facto en las caras de los panelistas. Se notaba que todos estaban repasando mentalmente dónde diablos habrían metido la pata. Uno de ellos, el más tracatán, soltó nervioso: "¿quién mejor que usted, comandante?" Así que le entregaron el micrófono. Se desconoce qué marca de whisky bebió el dictador aquel día, pero tanto se dejó llevar por sus efectos que aquello acabó en un cantinfleo de dimensiones bíblicas.

El asunto es que toda la liturgia del régimen castrista se basa en la celebración de un fracaso. Sobre ese hecho se han escrito montañas de libros, pero si le preguntas a un estudiante cubano promedio, es posible que solo sepa repetir una frase: “fue el motor chiquito que impulsó al motor grande”. Así de frecuente es, en nuestras aulas, confundir la Historia con la mecánica.

Se desconoce qué marca de whisky bebió el dictador aquel día, pero tanto se dejó llevar por sus efectos que aquello acabó en un cantinfleo de dimensiones bíblicas

El plan del joven Castro parecía más fácil que la tabla del uno: disfrazar a unos muchachos de sargentos, entrar al segundo cuartel más grande del país, tomarlo en diez minutillos, repartir órdenes a la soldadesca, agarrar las armas como si aquello fuera un Black Friday y levantar a toda la población carnavalera de Santiago de Cuba. Tanta era la confianza de Fidel en aquel pueblo que decidió no reclutar a nadie de la zona, excepto a uno que, por obligación, debía explorar previamente los alrededores. En definitiva, si el pueblo estaba demasiado resacado como para seguirle la rima, el plan B era huir a las montañas. ¡Pan comido! La principal estrategia de aquel “genio” se basaba en presumir que los soldados del Moncada eran más tontos que Abundio, el que vendió una oreja porque la tenía repetida.

No pretendo, en este artículo, referirme a los sucesos del Moncada. En las redes circulan mil versiones que el lector podrá encontrar por sí mismo. Pero mucho mejor que escuchar a los opositores desmitificar aquel suceso, es poder apreciar la frustración personal de su protagonista. Ya el propio Castro había contado en otras entrevistas cómo se convirtió de niño en asesino de tiñosas. De su propia boca supimos que, en la Universidad, aprendió que era mejor llevar al aula una pistola que un libro. Pero la Mesa Redonda a la que hago referencia es toda una joyita. Allí el sujeto nos confiesa un montón de cosas insólitas. Por ejemplo, que Raúl Castro nunca dirigió su escuadra, pero que los historiadores ya tenían que asumirlo como el líder. O que, literalmente, reclutó a un montón de jóvenes para que lo mantuvieran, para que él pudiera convertirse en “el primer profesional revolucionario”.

Al principio, con ese tono arrogante que lo caracterizaba, sentenció que el plan “era perfecto”. E inmediatamente argumentó: “si hoy tuviese que hacerlo otra vez, haría exactamente lo mismo”. Pero luego el asunto se le fue de las manos. Rememorando él mismo los sucesos y dándose cuenta de lo disparatado que sonaba todo aquello, su lenguaje corporal comenzó a delatarlo.

“Por eso digo… lo que no voy a decir (...) Pero no lo voy a decir, porque cuando lo he contado alguna gente se queda así… medio inconforme”

El viejo tirano empezó a dudar frente a las cámaras de sus propias palabras. Segundos más tarde, ya reconocía una amargura tremenda. Lo cito textualmente: “Todo el trabajo de tanto tiempo se… se des… se echaba a perder en cuestión de minutos”. Ya en ese punto, cantinfleó todavía más: “Por eso digo… lo que no voy a decir (...) Pero no lo voy a decir, porque cuando lo he contado alguna gente se queda así… medio inconforme”.

Los propagandistas de la Mesa Redonda estaban en modo Shakira: ciegos, sordos y mudos. Habían preparado aquel programa para exaltar los méritos del Moncada, no para sepultar sus banderas. Finalmente, el fósil verde olivo no pudo aguantarse más y declaró su total y completo arrepentimiento del Moncada. Admitió frente a todos que se habría saltado todo aquello “pasando directamente a la Sierra Maestra”. Miró a sus súbditos como quien se libera de un gran peso y dijo: “¡Ya está, ya lo dije!”

Fue así como el propio Fidel Castro se cargó, él solito, toda la falsa épica del Moncada.

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