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Construida en 1883 por los británicos, la terminal de ómnibus de Matanzas agoniza

Los pasajeros se amontonan al sol y no hay baños, mientras los trabajadores fueron trasladados por miedo al derrumbe

El edificio está cerrado al público pero aún funciona como punto de embarque. / 14ymedio
Julio César Contreras

19 de abril 2025 - 07:29

Matanzas/Fatigados y sudorosos, los viajeros se apoyan en la fachada de la terminal de Matanzas como si fuera el Muro de las Lamentaciones. Algunos apoyan su frente sobre la pared, huyendo de la migraña, y otros apuntalan el cuerpo contra las sucesivas capas de cal y pintura azul, siempre descascaradas. 

No hay que ser arquitecto ni albañil para diagnosticar los males del edificio, cerrado al público pero aún funcional como punto de embarque: falta de mantenimiento, remiendos insuficientes y la sensación –compartida por funcionarios y pasajeros– de que el lugar es tierra de nadie. Es inútil, por tanto, esperar arreglos a corto plazo. O a ningún plazo.

Vitrales medio rotos, alguna vez coloridos, y un esqueleto firme de metal –a la manera de las estaciones europeas clásicas– dan la medida de lo que alguna vez fue la estación, construida en 1883 por la británica Ferrocarriles Unidos. Ahora la mugre cubre incluso aquellas partes del edificio que parecen a prueba de ciclones y descuidos, y dotan al lugar de una fragilidad que los viajeros no tardan en sentir también. 

Preguntar dónde está el baño es prácticamente un chiste. Hace tiempo la instalación hidráulica colapsó. / 14ymedio

La masa humana apostada junto a la estación, luchando por cazar un transporte particular, contribuyen al ambiente hostil. Si no fuera por ese flujo en sus inmediaciones, la terminal podría pasar por otra ruina, de las que Matanzas –otrora una de las ciudades más importantes del país– no carece. 

Preguntar dónde está el baño es prácticamente un chiste. Hace tiempo la instalación hidráulica colapsó. Lo mismo podría decirse de las taquillas para comprar pasajes o inscribirse en la lista de espera: para hacerlo hay que caminar cuatro kilómetros, hasta la terminal de ferrocarriles La Jaiba, donde –por miedo al derrumbe– se trasladaron los trabajadores de la estación. 

Sin un pasaje comprado en La Jaiba no se puede abordar una guagua en la otra instalación. Lo sabe bien Georgina, que a menudo debe vencer el tramo y pagar 250 pesos a un bicitaxi para que la lleve de un punto a otro. "La incomodidad es inmensa, no sólo por lo apartada que está la terminal de trenes, sino porque en ese lugar no existen las condiciones mínimas para hacer estancia", lamenta. 

El gobierno provincial prometió que un ómnibus conectaría ambas estaciones al menos una hora antes de cada salida programada. Todo quedó en palabras, asegura Georgina. La crisis de combustible y la poca voluntad de los dirigentes convirtieron rápidamente la medida en una misión imposible. 

El gobierno provincial prometió que un ómnibus conectaría ambas estaciones al menos una hora antes de cada salida programada. / 14ymedio

Para colmo, para llegar o salir de La Jaiba hay que moverse por una zona apartada –y por tanto insegura– de la ciudad. Si se viaja con equipaje, que es lo usual, es muy peligroso hacer el trayecto a pie. Los que viajan a La Habana han ideado una costosa solución: que el chofer vaya directamente a las casas, por un extra que hace que los pasajes asciendan hasta 5.000 pesos, según la hora. 

Quien logre por fin llegar de La Jaiba a la otra terminal encontrará un panorama efervescente: la estación cerrada, pero los boteros en la piquera; las rejas bajadas, pero la cola andando; el techo en derrumbe, pero los clientes intentando refugiarse a la sombra. 

Georgina resume la paradoja: “Es como si el Gobierno hubiera cerrado la estación, pero ‘de mentiritas’, para quitarse de arriba la responsabilidad si ocurre alguna desgracia”. 

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